martes, 23 de julio de 2013

ANDANZA N. 321. TE RECUERDO, SHERIFF

Te recuerdo por tu energía, por tu espontaneidad, por tu bravura, por tu humildad. No quiero ni imaginarte apagándote como una vela consumida, ese no debía ser tu destino, pero a veces, parece que la parca se equivoca de personas, de fechas, de circunstancias. ¿Y sabes por qué te recuerdo también? Por esas frases lapidarias que tanto te gustaba decir. Por tus NAF´S y BAF´S. Pero hoy me viene a la mente otra: cuando hablabas de la vida, lo hacías en términos de “debe” y “haber”, lo cual dice bastante también de ti. De ese mucho de reflexión que tanta gente no veía. Una vida tiene sentido cuando la balanza se inclina hacia ese “haber”. Me ha hecho pensar en el mio. ¿Qué tengo yo?
Primero, y ante todo, me tengo a mi misma. Me he comprado un anillo de compromiso conmigo misma y lo luzco orgullosa. Nacemos solos y morimos solos, aunque nos puedan tender la mano. El resto no es mio, pero lo siento parte de mi. Tengo un hijo en plena ebullición hormonal que se enrabieta conmigo por cualquier cosa. Recuerdo aquella frase: quiéreme más cuando te sea totalmente esquivo porque será cuando más te necesite. Mi dulce niño sufrirá una transformación y otra y otra, como todos aunque a su ritmo más lento. Más duro, más difícil si cabe. Pero llegará un momento en que (como casi todos) nos acordaremos de los besos de nuestra madre y de sus desvelos.
También tengo unos pocos y valiosos amigos, alguno cada día al pie del cañón incluso dejando a un lado temporalmente su drama personal, alejándolo un tiempo de su mente, para consolarme por mis pequeñas cosas. Mi madre es capítulo aparte: es increíble cómo una persona de 88 años puede ser tan fuerte y ágil mentalmente. Quiero tener la curiosidad que siente ella por todo lo que le rodea, esa curiosidad que te hace crecer como persona. No estancarte, no dejar que se instale el hastío en ti porque entonces sí que, querid@, eres definitivamente viejo.
Y tengo alguna posesión material a la que me aferro como una niña en ocasiones. Algún peluche al que abrazo cuando siento miedo (mi hijo es muy especial en tema “abrazos”, ya sabéis, y a mi madre no le gustan los achuchones) Por cierto, pobrecillo mio, me ahogo cuando le veo con el jerseycito de lana, muy cool, pero… Voy a tener que tomarle medidas y comprarle una camiseta de algodón. Podría ir desnudo, como corresponde a un mono, pero como es ya casi una reliquia, tengo que cubrirlo porque está casi calvo. Pero yo lo quiero, qué caray, y casi me parece que suda con la manta morellana.
Y mi otro consolador (uyyy qué mal suena esto, pero no sé cómo llamarlo porque “fetiche” suena casi peor) es el muñequito del que os hablé. Ese que ahora a todo el mundo le da por decir que es una niña, y yo se ve que soy la única que le ve como un niñito. Pues lo siento, se llama Pepe y ahora no le nombraré como “Pepa” por mucho que os empeñéis. A ver si ahora le tendré que explicar que es una niña. No puedo ni imaginarme que a mi me dijeran que en realidad soy un tío. Y ya no tengo que depilarme si no quiero, y tengo que hacer pis de pie y pensar que todas las tías están buenorras. Y encima llamarse diferente. Tenía razón la madre de mi amiga cuando adoptó a una perrita que fue bautizada como Betty. Quizás no es un nombre muy habitual para un animal pero… ¿acaso debía crearle un conflicto de personalidad?
Ya lo dicen los indios americanos (si queda alguno): hay que tener mucho cuidado al decir el nombre de una persona porque entras en su espíritu. Y los animales igual. A ver, pobre Betty o pobre Pepe, qué derecho tengo a ponerles otro nombre. Por cierto, querido Manel: al final he acabado con un tema algo más frivolón, pero sé que tú nunca hubieras deseado que te recordáramos con tristeza. Por eso brindo por todos esos momentos inolvidables que nos hiciste vivir. Gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario