jueves, 16 de mayo de 2013

ANDANZA N. 37. NEGRET (1 PARTE)


Hoy he hecho un trayecto en coche lleno de paradas en medio de un atasco y me he acordado de mi querido gatito Negret. Qué poco le gustaba cualquier coche... Además, como buen felino, tenía un sexto sentido que hacía que el día antes de emprender un viaje en coche él tenía ya las antenas puestas. Hasta tal extremo que creo que llegué a obviar las palabras "viaje", "vacaciones" o "coche" en cualquier conversación si él estaba presente por si acaso me entendía. Recuerdo que escondíamos las maletas para que no las viera (preparar maletas a escondidas de un minino, tiene narices el tema...) y nosotros como si nada, vida normal, no fuera el gato a sospechar, en esto me recuerda a mi hijo salvando las distancias. Me refiero a ese sentido extraño tan agudizado y al trastorno que le suponía un cambio de rutina... Bien, pues el día de la partida y antes de ver ninguna maleta, Negret desaparecía. Lo teníamos que buscar por toda la casa, además era tan listo que cada vez buscaba un escondrijo diferente. Entre todos los adultos de la casa lo acorralábamos, cerrando puertas e intentando cortarle el paso (nótese que teníamos que ser un mínimo de tres para ganarle) Cuando al final lo teníamos, el problema era meterlo en su cesta. El valiente acostumbraba a llevarse unos cuantos arañazos como heridas de guerra, superficiales, eso sí, sin ánimo por parte del felino de matar, pero que te dejaban su marca visible... ¡Era el miedo, claro, pobre Negret El mismo miedo que, cuando salías por fin (con una hora o más de retraso) hacía que, a los diez o quince minutos de viajar, a Negret se le soltaran los esfínteres y tuvieras un viaje de "narices"... Lo peor fue una vez en que viajábamos con un cuñado mio que tiene mucha paciencia pero que es delicado para ciertos temas: se marea si no conduce él el coche, en transporte público siempre tiene que viajar en el sentido de la marcha... y le da mucha grima los temas "escatológicos". Habíamos ya enfilado la autopista cuando de repente nos empieza a llegar al olfato ese característico olor ácido... Mi madre y yo aguantábamos el tipo (y éramos las que íbamos al lado del animalito) pero mi cuñado empezó a gritar: ¡me mareo, me mareo! Y el coche desviándose un poco de la línea recta... Tres voces al unísono: ¡no te marees, no te marees! Menos mal que la copiloto (mi hermana) tuvo sangre fría, sacó un pañuelo embebido de colonia (virgen santa del camino seco, gracias por iluminar a mi hermana para que cogiera un frasco de colonia) y se lo plantó en la nariz a mi cuñado con un grito de guerra: ¡¡¡AGUANTA!!! Igual gracias a eso ahora estoy escribiendo esta andanza, uff, qué sudores fríos me entran de pensarlo..

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