jueves, 6 de junio de 2013

Andanza n. 136. LA HECHICERA DE BATA BLANCA

Por mala suerte para mi (pero sobre todo, para mi hijo) he estado en contacto con multitud de profesionales de la medicina y psicología: pediatras, neurólogos, psiquiatras, psicólogos, neurocirujanos, pedagogos... De ambos sexos (aunque mayoritariamente mujeres) y de edades muy dispares, con lo cual tendría unas cuantas andanzas que contar, pero no todo el mundo te impacta de la misma forma, evidentemente. Hoy quiero hablaros de una psiquiatra que me pareció, más que doctora, una hechicera. Hace muchos años que sé que el hábito no hace al monje, pero reconozco que siempre tienes una cierta tendencia a pensar que por ocupar determinado cargo tienes que ser o aparentar "algo", no sé exactamente qué, pero sí algo que concuerde con lo que tu cabecita ha dado por imaginar. La psiquiatra de la que os hablo es una chica joven (o de apariencia juvenil), alta, muy alta y esbelta, pelo cortado no al uno pero quizás al dos y de un tono rubio pajizo. En sus orejas no había espacio para más pendientes, ni una gota de maquillaje, expresión dulce... Llevaba una camiseta informal y unos vaqueros que le arrastraban por el suelo, de pata de elefante casi. La bata desabrochada que, al andar, parecía una capa de una maga... Pero no fue esto lo que me descolocó. Me acuerdo que entramos en su consulta, hizo sentar a Albert frente suyo, colocó su cara a la altura de la del niño y le dijo: ¿quieres que hablemos un poquito? Yo me quedé en la retaguardia, a instancias de la doctora. ¿Hablar? El crío le "cascó" toda la angustia que llevaba dentro: que en el cole le pegaban, que le tiraban balonazos a la cabeza y al estómago, que los profesores le llamaban "mentiroso" (qué ojo clínico el de aquel docente,  la primera premisa, un asperger NUNCA miente) y enredón, que le empujaban por la escalera,,, Yo flipaba, y más que por lo que contaba el niño (y que su madre ya intuía) por la fluidez con que se estaba abriendo a una desconocida. Nadie le había sacado aquel secreto tan celosamente guardado y que él verbalizaba con una sencillez terrible, despojada de dramatismos... Salí de aquella consulta muy tocada, repito, tocada por lo que había contado Albert pero sobre todo, por la facilidad con que aquella chica que me imaginaba más tocando la guitarra en el barrio gótico que en un despacho de Sant Joan de Déu, supo sacarle toda su terrible experiencia... Y es que hay brujillas buenas, no lo dudéis...

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