miércoles, 5 de junio de 2013

ANDANZA N. 300. DONDE EL SENTIMIENTO TE LLEVE

Esta andanza no está dedicada directamente a mi amiga Carmen, aunque sobre ella podría escribir 1001. Ella es una “gata” de adopción, como yo. Carmen nació en Lanzarote y no ha perdido ni un ápice de su dulce acento, ni del apego a su tierra. De ella hablaré en otra ocasión, pero hoy quiero referirme a dos episodios muy duros de su vida y que me han hecho reflexionar sobre cómo reaccionamos los demás.
En muy poco tiempo, ha perdido a su madre y a su cuñada. De la misma cruel enfermedad. Su madre en noviembre, su lucha fue menos larga, pero la distancia le minó a mi amiga todavía más la moral. Mi mamá no quería que la lloráramos, explicaba con la voz rota. Que cuando muriera, nos fuéramos todos a almorzar y que sus cenizas reposaran en el jardín de mi hermano.
Su cuñada (demasiado joven) luchó años y años contra el cáncer. También tuvo esa terrible (o bendita) lucidez hasta el final. Todos creíamos que ganaría la guerra. Libró muchas batallas y siempre se levantaba. Valiente. La sentíamos inmortal. Nos equivocamos. El final la sorprendió en medio de un periodo de relativa calma.
Pero no era mi intención detallaros esto. Reflexionaba porque Carmen me llamó el sábado para darme el segundo fatal desenlace. Hablamos un buen rato, y luego le pasé el teléfono a mi madre. Ya sabéis que la abuela es más bien arisca, según se define ella misma (“a mi que no me magreen”) Tengo el peluche viejo al que tanto quiero, lo lavo, le esponjo la cabellera, le tejo un jersey nuevo de colorines, y ella me suelta: sigue estando hecho una mierda. Así tal cual, perdón por la palabra. Pues esa tarde vi transformarse a mi madre. Era una mujer dulce que consolaba a una persona en un trance duro.
Era otra persona, os lo aseguro. Parecía mucho más joven (a este paso, casi de mi edad, la j…), una expresión de ternura le suavizaba el rostro y la embellecía. Recordé una imagen vaga de una mujer menos castigada por la vida, más recompensada, con ganas de abrazar y jugar. Me pareció recordar  una pequeña Cahuín  que se dormía en brazos de la mami. La escuchó, le dijo las palabras justas (las que yo no sé decir nunca), la animó para que viniera a vernos. Le ofreció todo ese amor que sólo una madre sabe entregar (bueeeno, y también muchos papis) Cómo nos transforma ese sentimiento de empatía.
Hablaron muchísimo rato. Sentimos que nos pesa la edad cuando nuestros padres desaparecen físicamente; es como si toda la niñez se evaporara porque ya somos los mayores. No tenemos nuestros primeros puntos de referencia y toca ser siempre sensato, tomar las decisiones adecuadas. Da igual que tus padres tengan noventa años y que a veces se comporten como niños y coman a escondidas esos dulces tan ricos, pero se olviden el papel encima del mármol de la cocina. Siempre son tu fortaleza.
Al colgar mi amiga, hice visible al peluche. Me soltó: ¡eso es, acércamelo para que lo pueda tirar al contenedor ahora que el Ayuntamiento me lo ha puesto más fácil!

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