miércoles, 19 de junio de 2013

ANDANZA N. 71. ALFONSO

A mi amigo Alfonso lo recuerdo con los ojos entrecerrados, efecto a veces del humo del sempiterno cigarrillo rubio, del J.B. (que consumía sin moderación pero que no le hacía perder la lucidez) o bien porque reflexionaba sobre el bien y el mal, lo cual hacía casi siempre. Era botones en “mi” hotel de Madrid, no es que yo sea propietaria, jaja, que por no tener, ni tengo unos ahorrillos en el banco, pero la gente de allí era como mi familia, en lo bueno y en lo malo, y todavía más en lo malo, qué buenas personas. Bien, pues Alfonso (nacido en Barcelona pero criado en Móstoles) era un figura.  No quería ser más que botones, mejor dicho, le daba igual ser botones porque le permitía observar, analizar, leer el periódico en el turno de noche y vivir sin demasiadas complicaciones. La primera vez que nos vimos también me analizó, faltaría más, pero debí pasar la criba porque en el primer viaje que fui sola me propuso ir a visitar los garitos más variopintos de la capital. Así como había quien sólo te llevaba a los sitios más “in”, herederos de la todavía cercana movida madrileña y otros sólo a los castizos, él igual se bebía un J.B. en Morocco, en el Viva Madrid, en el Calentito o en el No se lo digas a Nadie. Daba igual Chueca que Huertas o Moncloa. Yo de coca cola light y sin probar un cigarro; él aparentemente mi antítesis. Cuando yo llegaba lo dejaba todo porque decía que yo le daba vidilla, cosa que siempre me extrañó porque ni fumo ni bebo ni soy divertida. Algunas noches hacíamos los zumos para el desayuno de los clientes (o sea, yo, por ejemplo) y un día me llevó hasta el tejado del hotel para que admirara la vista nocturna de Madrid. Una gozada. Y al lado una habitación abuhardillada, “el palomar”, que era la última opción si el hotel estaba lleno y faltaba alguna habitación por descuido. A mi siempre me decía que, incluso si me reciclara y de urbanita me fuera a vivir al campo, llevaría alpargatas de diseño, cosa que tampoco entendí nunca por qué lo decía, si yo soy poco de marcas y de aderezos. Un día me llevó a visitar la frutería que tenía su padre en Móstoles, donde vivía, supongo que para que las vecinas del barrio hablaran, tremendo que era el chico. El pobre señor también se quedó un poco sorprendido pensando quién sería aquella chica con acento catalán y “diferente”, jijiji, y para qué me había llevado a conocerlo... Recuerdo en nuestras salidas nocturnas que siempre se le acercaban chicas porque tenía una imagen angelical, rubito y de ojos azules; muchas veces le había dicho, venga, me pillo un taxi y tu remata la noche... Entonces me clavaba aquellos ojos con una mirada glacial y me soltaba: ¿pero tu por quién me has tomado? TU ERES MI AMIGA. Discusión acabada. Incluso cuando dejó el hotel porque quiso y se fue a la frutería de su señor padre siguió viniendo a verme religiosamente. Curioso: en su amistad era celoso, ¡ni que fuéramos novios! Una vez salimos con dos amigas mías y un por aquel entonces compañero de trabajo suyo y la noche acabó un poco mal, bueno, bastante mal… Las chicas por un lado y los chicos por otro, despotricando ambos bandos. Al día siguiente, o sea, a las pocas horas, yo tenía que regresar a Badalona. Mi sorpresa fue que, desde las siete de la mañana (hora en que yo dormía un poco plácido sueño), Alfonso me estaba esperando en recepción para disculparse conmigo (pero no con tus amigas, eh... que tu eres diferente, y eres mi amiga, ¿cómo que con mis amigas, no? Cloti, que te vas dentro de nada.... vaaaaale) y, como casi siempre, me acompañó a la estación. Le perdí la pista no sé cómo pero me recorre un escalofrío al recordar una frase que hacía suya: vive rápido, muere joven y harás un bello cadáver. Por favor, si hay alguien de Móstoles que sepa de un chico que tiene una frutería y se llama Alfonso, rubio y de ojos azules, me lo diga, gracias, ya sé que no doy muchas pistas, pero....

No hay comentarios:

Publicar un comentario