domingo, 16 de junio de 2013

Andanza n. 80. MARTA-CAHUIN-SANCHEZ

Creo que os he contado alguna vez que tengo mucho sentido del ridículo y, al mismo tiempo, mucha capacidad para hacerlo. Me pongo a llorar a mares ante una persona que apenas conozco, no sé responder a las bromas, me resbalo y caigo de culo... Un desastre. Pero hay algo todavía más fuerte en mi, y es el instinto de hacer sonreír a un niño. Mi amiga Roser tiene una sobrina, Mireia, a la que hace años que no he visto. Tantos como quince. Pero de la época que os hablo hace ya más de veinte. Por aquel entonces, Mireia era una niña con "ángel" que adoraba a su tía y también a la amiga de su tía (yo). La entendía muy bien porque yo, con su edad e incluso más pequeña me volvía loca por salir con mi hermana y su amiga y sé lo mal que te sientes si te dejan de lado, mejor dicho, si TU CREES que te dejan de lado. A Mireia la llevábamos a pasear, a nuestras cenas en el piso de su tía. Por aquel entonces, se nos unieron unos compañeros de facultad y la pareja de una de ellas, formábamos un grupo heterogéneo por edad y condición, pero nos lo pasábamos en grande. No sé cómo una noche, en el piso de Roser, empecé a tararear una canción, cosa que nunca hago pues, por eso, porque tengo sentido del ridículo. Mireia abrió los ojos: pero si eres como Marta Sánchez (????)¿ Yo? ¿Marta Sánchez? Bueno, igual me parezco en dos cosas pero... Y Mireia insistiendo, sí, eres como ella, ¿por qué no nos haces una actuación? Que no, qué vergüenza... Mireia me puso ojitos: Cloti... Y me pilló el punto. Me ayudó a disfrazarme con un vestido que encontró de su tía (horror, el vestido no era demasiado largo y encima mido casi 10 cm más que mi amiga, con lo cual me queda minifaldero, enseñando una de las partes que más odio de mi anatomía) Encontramos una boa de astracán y unos zapatos de plataforma dorados. Ya estaba, Marta Sánchez total. Y aquí la señora-sentido-del-ridículo se subió a una silla y se puso a berrear: SU-PER-NA-TU-RAL... Mireia me miraba con ojos de absoluta admiración, ay, no hay nada mejor que caer en gracia. Incluso me aplaudieron. No he vuelto a cantar nunca más en público, ni tan siquiera en petit comité, pero valió la pena ver la carita de felicidad de aquella niña...


No hay comentarios:

Publicar un comentario